Por: Ana Laura Sevilla Hernández
El amor como parte de nuestras necesidades afectivas
Mujeres y hombres tenemos múltiples necesidades: en primer lugar están las básicas o de supervivencia, se encuentran también las necesidades afectivas, de atención, de reconocimiento, de aceptación, de pertenencia a un grupo, de logro y finalmente las de transcendencia.
Una de las necesidades que nos permite alcanzar estados de gran bienestar es la de sentirnos amados y amadas, la forma en que expresamos esta necesidad es particular; en ella convergen nuestra historia personal, los modelos amorosos familiares y culturales que recibimos, las expectativas de género, los ideales románticos, nuestros deseos e incluso el contexto histórico y social.
Si bien el amor es un misterio que diversas ciencias han tratado de develar, lo cierto es que, la forma en que se expresa el amor es una construcción. Cuando se habla del amor, sin darnos cuenta, solemos hacer referencia a un modelo de amor romántico, occidental, patriarcal, capitalista y moderno, usualmente pensamos en una pareja heterosexual, joven, que demostraran su amor con múltiples detalles y harán lo imposible por estar juntos, pues el verdadero amor es para siempre. Las otras formas de amor quedan excluidas, personas del mismo sexo, poliamorosas, relaciones abiertas, parejas de ancianos, incluso hasta las parejas interraciales nos parecen extrañas.
La cultura occidental privilegia el amor de pareja sobre otras formas de amor, implícitamente se ha posicionado como una nueva forma de realización personal; por eso, no es de extrañarse que sea un estado deseable, socialmente existe presión hacia mujeres (principalmente) y hombres para emparejarse, buscarse un novio/a, un marido, una esposa o hasta amante, pues esta admitida la idea de que a ese ser humano le hace falta “completarse”, así pues, la soledad se ve como algo que asusta o incomoda. Para quien ha transitado por periodos de soledad o de estar consigo mismo/a, es posible que puedan verlo como un proceso doloroso, de aflicción, hasta pueden estarlo viviendo con culpa, como un castigo, con un sentimiento de inmerecimiento del amor o inadecuación personal; sin embargo, existen también aquellos/as que se han reconciliado con ese estado desde un acercamiento profundo de autodescubrimiento personal, en el cual se han encontrado consigo mismos/as para conocerse, valorarse, autoafirmarse, disfrutándolo y sintiéndose plenos.
El amor es una experiencia que se vive en el cuerpo, es una energía vital que nos conecta con la vida, podemos sentirla cuando trabajamos en un proyecto que nos apasiona, cuando colaboramos con otros por el bien común, en los vínculos que formamos hacia las personas que nos rodean, hacia la familia, amistades, animales; o incluso hacia las cosas, las causas, los ideales, la naturaleza, la fe, etc. El amor es constante y expansivo, va más allá de una pareja, las hijas, los hijos, la familia, lo encontramos en nuestras amistades, en nuestras pasiones, en nuestras convicciones de vida, nuestro trabajo, en la música, la danza, el arte, la contemplación, la compasión hacia otros/as, se manifiesta en las creaciones de vida que hacemos, nuestros proyectos y principalmente en la forma en que cuidamos de nosotros/as mismas.
El amor es parte del equipaje emocional humano, sin embargo, ¿Lo expresan igual hombres y mujeres? Alguna vez te has preguntado: ¿Qué has hecho por amor? al intentar resolver esta pregunta, ¿Tus respuestas implican actos relacionados al sufrimiento, al sacrificio, al malestar contigo misma/o, a la culpa o a la vergüenza?; o al contrario, ¿Te conecta con la alegría, el bienestar, la creatividad o la trascendencia?
El amor desde una mirada de género
Aprendimos a amar y vivenciar el amor de diferente manera según nuestro género. Si bien no se puede generalizar, es muy común encontrar que la experiencia amorosa de muchas mujeres transita entre estas situaciones: ella invierte mucho tiempo y dinero en lucir atractiva: compra ropa, maquillaje, productos para lucir joven, se depila, hace dietas, practica frente al espejo y la cámara con el fin de lucir atractiva y elegible, otras mujeres son vistas como competencia. Muchas cuidan su relación de pareja con detalles y cediendo de múltiples formas: buscando al otro cuando desaparece, cuando no contesta o se muestra ausente, justificando y minimizando las acciones de su pareja cuando no cumple algún acuerdo, o falta a su palabra; priorizan los gustos y preferencias a los de ella, planean, organizan y son quienes recuerdan los aniversarios y fechas especiales. Exigen o brindan múltiples explicaciones ante los celos, aceptan poco a poco ir cambiando su manera de vestir, sus amistades, sus aficiones; la relación se convierte en su centro y la aceptan incluso cuando internamente pueden sentir que no es justa y que no hay reciprocidad, porque esperan que en algún punto, él se dé cuenta de lo valiosa que ella es y cambie.
En el caso de los hombres se les enseña que el amor es parte de la vida, pero que puede poner en peligro su libertad: “no hay que dejarse atrapar tan fácil”, por tanto, hay que aprender a jugar ese juego, cuidar de no engancharse, mostrar solo lo necesario, pero no demasiado, “porque a las mujeres ni todo el amor, ni toda la gloria”, les da miedo sentir la vulnerabilidad en la que sienten que el amor los coloca. Se prioriza lo sexual y corporal a lo afectivo, por lo que se busca acumular experiencias en ese sentido, las relaciones sin comprometerse demasiado pueden ser el camino; para muchos hombres el amor es incluso un inconveniente, y cuidadosos del amor se muestran ambivalentes en sus relaciones, eternos solteros, que se divierten hasta encontrar a la indicada que los hará cambiar, lo cual termina por no ser cierto.
Como se mencionó anteriormente, no se pretende decir que todas las personas viven el amor en esos términos, ni que esperan lo mismo, pero es posible que sea una descripción que se acerque a la realidad de múltiples historias, no solo de adolescentes sino de adultas y adultos que replican un molde amoroso muy parecido.
La forma en que aprendemos a amar no es natural, es una construcción, es un modelo que se ha impuesto, que no suele reflexionarse, pero la realidad de muchas parejas es evidentemente un serie de sinsabores, dramas y violencia, el amor por tanto, es una cuestión política; la pareja actual no es la misma de nuestros padres o abuelos, sus paradigmas han perdido vigencia, el modelo de pareja actual nos habla de un modelo que requiere un cambio.
La pareja es un espacio complejo, en la que intervienen lo personal y lo social, lo erótico, lo afectivo, lo económico, la convivencia, la corresponsabilidad y que sintetiza relaciones de poder, incluso de dominio y opresión. Existen expectativas mágico-amorosas basadas en mitos del amor romántico y en los roles de género, que se convierten en mandatos, que producen en las parejas múltiples desilusiones, fricciones, malos entendidos, luchas cotidianas, falta de aceptación de la identidad del otro, y que hacen de la experiencia amorosa o incluso del desamor, experiencias llenas de sufrimiento donde incluso se dan separaciones o ciclos violentos sin fin.
La educación amorosa es genérica, a las mujeres se les pide colocar al amor en el centro de sus vidas, pero no como el amor hacia sí mismas, sino como un amor hacia otros, hacia los demás, con entrega virtuosa y devocional. Es común que las niñas o adolescentes, imaginen el “día más feliz de su vida: su boda”, se imaginan al lado de un novio que “las hará muy felices”, que las salvara de aquello que no les gusta, lo anterior: es un proceso de aprendizaje desde múltiples niveles: las películas, las canciones, el 14 de febrero, la publicidad, las novelas, las series, los realities, los videojuegos, los cuentos, la familia y amigos, la escuela, la iglesia, en fin, todo contribuye.
Los mandatos del amor son aquellas voces familiares y culturales que se han internalizado y que repetimos sin cesar, sobre aquello que deseamos que el otro o que la otra haga, porque suponemos que si la otra persona nos ama nos debería tratar de cierta manera, son los “debería” en una relación; se convierten en los requisitos que deseamos estén presentes en la pareja para ser felices: el hombre romántico, detallista, caballeroso, proveedor, trabajador, buen amante y fiel, de la mujer se espera que sea “femenina”, tierna, linda, que se encargue de las cosas de la casa, posiblemente algo celosa y berrinchuda (porque es emocional) y fiel. ¿Te suena conocido?
Los mandatos también tienen que ver con aquello que suponemos nosotros/as deberíamos hacer por la persona amada, en el caso de las mujeres se asocia a la entrega y al dar: tiempo, atención, energía (mental y física); a brindar servicios: atender, cuidar, organizar, planear, servir, criar, entre otros; “la mujer que ama siempre acepta incondicionalmente”, “ama sin esperar nada a cambio”, incluso prioriza a los demás antes que a ella, dejándose al último.
Es importante analizar estas y otras tantas cuestiones respecto a la forma en que amamos, una de las propuestas que desde la corriente feminista se ha planteado es la deconstrucción amorosa, la cual promueve el atreverse a romper con la idea de un amor natural, universal y ahistórico. Muchas feministas han propuesto alternativas a este modelo de amor romántico, caminos diferentes, integradores, con una nueva pedagogía del amor, donde la igualdad, la solidaridad, el pacto, la negociación, la colectividad, las redes de apoyo y el amor propio sean las claves de un nuevo paradigma.
Como mujer: priorizarte, comprenderte descubrirte, aceptarte y cuidarte, es el paso más importante (posiblemente el más difícil), implica un proceso de ruptura con la identidad femenina hegemónica que se ha recibido. Marcela Lagarde, nos propone aprender de la historia amorosa personal, realizando una biografía para identificar y desidealizar: ¿Cómo has sido amada?, ¿Cómo te han demostrado el amor tus padres y tu pareja?, comprender tus necesidades amorosas, ¿Qué mitos o ideales amorosos tienes?, ¿Cuáles son las formas en las que te demuestras amor a tí misma?, ¿Aceptas tu cuerpo, tu edad?, ¿Conoces tus talentos y virtudes tanto como tus defectos?
Como hombres: el trabajo es diferente y pasa por tomar consciencia de tus privilegios masculinos y tu forma de establecer y mantener tus vínculos: ¿Cómo es la forma en que concibes y practicas el amor?, ¿Eres honesto en tus relaciones o finges sentir algo solo para obtener placer sexual?, ¿Practicas la corresponsabilidad?, ¿Te comprometes tanto como tu pareja, familia o amistades a cuidar de tus vínculos amorosos con detalles, acciones o actividades, recordando fechas y haciendo cosas por ellos/as?, ¿Esperas que por amor o amistad tu pareja, tu madre, amigas o compañeras de trabajo, te complazcan, realicen actividades, quehaceres domésticos o se encarguen de labores solo por ser mujeres?, ¿Respetas la autonomía de tu pareja o eres celoso, invasivo y quieres controlarla?
Reflexiones finales
Las consecuencias del modelo del amor romántico, en la vida de las mujeres y hombres ha llevado a crisis, violencia, frustraciones y malestares que requieren de nuevas propuestas, el feminismo desde su trinchera, ha propuesto modelos amorosos más útiles y conscientes, que aportan hacia un bienestar y un reconocimiento de la igualdad en el amor, estas propuestas requieren que sigamos cuestionando e interiorizando en nuestras formas de amar, apostando por el disfrute, el cuidado mutuo, la igualdad, la colectividad y la diversidad amorosa. El camino es largo pero vale el gusto.
Ana Laura Sevilla Hernández, es Maestra en Prevención y Atención a la Violencia por parte de Escuela Libre de Psicología, cursó sus estudios de Licenciatura en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Es profesora-investigadora y miembro del Grupo Interdisciplinario de Investigación y Estudios de Género y Derechos Humanos de la Escuela Superior de Derecho y Ciencias Políticas, en la Ciudad de Cholula, Pue., desde el año 2016.