Por: Liliana Cárdenas
La mujer en el imaginario social
En las colectividades patriarcales las mujeres hemos sido educadas para cumplir socialmente con diversos roles, primordialmente: el de reproducción y el de servicio; lo que no sólo nos define como mujeres, sino que determinan fundamentalmente nuestro sentido de existencia, la manera en que nos auto concebimos y cómo nos relacionamos con los demás.
Desde pequeñas nos acostumbramos a recibir halagos –o no- a partir de la percepción de la estética que los demás creen ver en nosotras, así vamos forjando nuestra autoestima con base en esas expresiones “bien intencionadas”: “que linda niña”, “que bella es”, “es toda una princesa”, y rara vez, se esfuerzan en decirnos, que somos valientes, fuertes, inteligentes, ágiles, creativas, sociables, emprendedoras, seguras, libres e iguales; los ideales a imitar son limitados, las muñecas con medidas perfectas para quienes las han fabricado, y para quienes ven en las mujeres un objeto, plástico y vacío.
El papel de reproducción de las mujeres está íntimamente ligado con la edad núbil, con la edad biológica de procreación, y por lo tanto, somos educadas para pensar que cuántos más años cumplimos menos valemos, por eso jugamos esta carrera contra el tiempo, por eso negamos nuestra edad, y cada cumpleaños se convierte en una fecha de “recepción de regalos”, en donde es “de mala educación preguntarle la edad a una dama”, en nosotras las canas no nos hacen más interesantes sino menos deseables. Si hemos cumplido con este papel de reproducción “corremos la suerte” de ser una señora que ha cumplido con su objetivo social en la vida, y somos juzgadas con menos severidad que aquellas mujeres que han decidido no jugar el rol de madre –por la causa que sea-, eso no importa, son consideradas “menos” mujeres.
Así, el rol de servicio está encaminado a dar cuidados a los demás, a velar por los intereses y los sueños de otros, antes que los nuestros, pues ser madre o hija, implica sacrificio, dolor y entrega incondicional; no se nos permite anteponer nuestras necesidades, pues eso no es femenino, es contrario a nuestra vocación natural de servicio, a nuestro instinto materno, y a nuestro natural deseo por agradar.
Deconstruyendo roles para vivir en libertad
Por ello, el ejercicio de la libertad y de la igualdad se vuelve caótico para las mujeres, pues son condicionadas las decisiones que socialmente podemos tomar, casi podría decirse que el destino nos toma de la mano y nos obliga a vivir dentro de cánones sociales impuestos; si bien es cierto, que estudiar una carrera universitaria, pudiera parecer, a simple vista, una puerta hacia la libertad para trazar un proyecto de vida, esto no es así, pues siempre permanece la disyuntiva entre ejercer tu carrera profesional o desarrollarte en el plano humano y familiar.
Es indudable que la educación es la herramienta por excelencia que nos permite vivir en libertad, siempre que ésta tenga una perspectiva de género y esté encaminada a generar una cultura en pro de la igualdad; por ello, es imprescindible que cada una de nosotras, en un acto de autocrítica y autoanálisis vayamos deconstruyendo todas aquellas conductas y roles sociales que hemos aprendido, a partir de los cuales juzgamos a las demás mujeres e inflexiblemente a nosotras mismas; comprender que somos diversas, que podemos alejarnos de ese imaginario social que nos han impuesto, es el verdadero camino para nuestra libertad.
Reflexiones finales desde y por la sororidad
Gracias a la transversalidad de los estudios de género, ahora sabemos que esta construcción psicosocial de lo que se “entiende” ser mujer, es una visión proporcionada por el androcentrismo, y que es posible cimentar sociedades más igualitarias, en donde cada ser humano pueda desarrollar con libertad su espíritu, en un ambiente de armonía y respeto por la dignidad humana de los demás.
La sororidad llega como una propuesta que nos permite reconciliarnos con nuestras hermanas, es verdad; pero antes, con nosotras mismas, con nuestra niña interior; si la sororidad es el afecto entre mujeres, permitámonos reconstruirnos desde este amor que nos debemos a nosotras mismas, de ser como queremos ser, con canas o sin canas, con hijos o sin hijos, sin importar nuestra diversidad sexual, sin que sea relevante llevar el cabello largo o corto, o no llevarlo, y en dónde nos permitamos amar nuestro cuerpo tal y como es, pero libres, genuinas e iguales en dignidad; pues, efectivamente “…Todas las mujeres conciben ideas, pero no todas conciben hijos. El ser humano no es un árbol frutal que sólo se cultive por la cosecha…” (Emilia Pardo Bazán).
Glosario
Patriarcado. Sistema político que institucionaliza la relación de jerarquía de los hombres sobre las mujeres, con base en los roles de género.
Androcentrismo. Es una forma generalizada de sexismo, que consiste en que el análisis se enfoca desde la perspectiva masculina únicamente, y en la que, la experiencia masculina es el centro de la experiencia humana en general; es decir, se ve el mundo desde lo masculino, tomando al hombre como modelo de lo humano.
Imaginario social. Concepto utilizado en las ciencias sociales para designar los valores, leyes, instituciones, patrones de comportamiento, símbolos y mitos comunes a un grupo social determinado. Es decir, es aquella concepción de lo correcto o de lo adecuado en la gnosis social.
Sororidad. Proviene del latín soror, sororis que significa hermana. Se entiende la amistad o afecto entre mujeres o la relación de solidaridad entre mujeres.
Liliana Cárdenas es Doctora en Derecho, Investigadora Nacional del Sistema Nacional de Investigadores del CONACYT. Profesora-Investigadora y Vicerrectora de Investigación y Posgrado de la Escuela Superior de Derecho y Ciencias Políticas. Autora del libro “El derecho de género en el contexto educativo”.