Palabra, poder y discurso en la vida diaria

Por: Liliana Cárdenas

Lenguaje y construcción del discurso

El lenguaje es uno de los inventos más increíbles de la humanidad, porque a través de él podemos comunicarnos, conseguimos intercambiar ideas, pensamientos, creencias y transmitir emociones. Gracias al lenguaje se han edificado las grandes civilizaciones, sobre todo a partir de la palabra escrita, pues antes, la historia de las personas, de las familias y de las comunidades, se transmitía de boca en boca, de manera verbal, era parte de la herencia, y se pasaba de una generación a otra.

En virtud de la escritura se sistematizó el conocimiento, lo que permitió el florecimiento de la ciencia, la filosofía, la política, el arte, el derecho, la literatura, entre otras disciplinas. El lenguaje escrito permitió la construcción de discursos, integrados por una serie de palabras y frases, cuyo objetivo es hacer llegar un mensaje a uno o varios interlocutores, para informar, expresar o argumentar el pensamiento, la representación o emoción que desea transmitirse; el lenguaje escrito concede que las ideas trasciendan en el tiempo, más allá de la historia familiar, atajando fronteras, y contribuyendo a germinar nuevas ideas y formas de razonar.

El discurso de los derechos

En este sentido, la Revolución Francesa de 1789 ofrece al mundo, como nos lo explica Eduardo García de Enterría, una nueva forma de relacionarse, tanto de las personas entre sí, como de éstas con su organización social y política; y con ello, se da un nuevo significado a las palabras, un contexto diferente adquieren la idea de dignidad humana, de libertad e igualdad, y con ello el discurso sobre los derechos alcanza un insólito significado; pues la génesis de los derechos humanos convirtió a la igualdad y a la libertad, en objeto y motivo de la conformación de un nuevo discurso jurídico y político.

Indudablemente las ideas de igualdad y de libertad han venido  evolucionando a la par del Estado de Derecho, con el ánimo de ampliar su efectividad y cumplimiento; sin embargo, el discurso de nuestros derechos fundamentales todavía parece estar ajeno a la realidad de las personas en su cotidianeidad; esto se debe a que, por una parte, en principio, el discurso de los derechos humanos evoca a la actividad política de los agentes públicos del Estado, así como a aquellos seres humanos que, por su formación académica, utilizan discursivamente el lenguaje como una de sus herramientas de trabajo.  

Otra de las causas que ha impedido que el discurso de los derechos humanos permee en forma generalizada en las relaciones humanas, radica, en que  insistimos en concebirlos como una idea abstracta plasmada en una Constitución, que deben ser respetados sólo por las autoridades del Estado; es decir, cuando se discute en el ámbito de la cotidiano sobre el respeto de nuestros derechos esenciales, se realiza desde un punto de análisis miope, sesgado y evidentemente parcial; pues se aborda tratando de responder ¿Cómo han sido violentados mis derechos humanos? ¿Quién ha coartado mi derecho a la libertad o a la igualdad? ¿De qué manera han atentado contra mis derechos fundamentales?

Los derechos humanos no son sólo una imagen imprecisa sobre la que se puede estudiar y conocer su historia, su fundamento, su regulación y protección; los derechos humanos deben ser, ante todo, una forma de ver y entender las relaciones humanas, pues el respeto a la dignidad humana no es absoluta, está limitada por la dignidad humana del “otro”, de todas aquellas personas que son titulares de derechos humanos, exactamente iguales a los míos, y quienes merecen el mismo respeto, consideración y tolerancia que los míos.

Si cambiamos la premisa, si cambiamos la estructura de la pregunta y nos planteamos ¿A cuántas personas les he violentado hoy su derecho de libertad e igualdad? ¿A cuántas personas les he vulnerado su dignidad humana hoy?, tal vez nos detendríamos antes de gritar o tildar a otro ser humano de “naco”, “indio”, “vieja”, “joto”, “maricón”; quizás nos detendríamos antes de escribir en las redes sociales frases discriminadoras, recapacitaríamos antes de reírnos y compartir memes homofóbicos; tal vez reflexionaríamos antes de tararear una canción misógina, que promueve la violencia contra las mujeres y las niñas, y fomenta la trata de personas. Quizás entonces, dejaríamos de pensar que “…a las palabras se las lleva el viento”, que “…sólo era una broma…”, o que “…ya basta de ser tan sensibles, si solo era un piropo…”.

Reflexiones finales

Sí, es verdad todas las personas nos relacionamos discursivamente, es decir, al comunicarnos con los demás en forma cotidiana, utilizamos el discurso, pues cada uno de nosotros expresamos, ya sea en forma verbal o escrita, aquello que nos interesa, que nos emociona, que nos hace sentir vivos o nos motiva a vivir; y con el uso del discurso tenemos el poder de construir o de destruir a otros; el discurso de los derechos humanos podemos vivirlo, usarlo, interiorizarlo, hacerlo nuestro, y con ello ayudar y responsabilizarnos para construir una mejor sociedad, una cultura de paz, de respeto y tolerancia.

Hoy más que nunca, las palabras de grandes escritores deben hacer eco en nuestro diario quehacer, pues es verdad aquello que ha afirmado Alex Grijelmo, “…nada podrá medir el poder que oculta una palabra…”.

Liliana Cárdenas es Doctora en Derecho, Investigadora Nacional del Sistema Nacional de Investigadores del CONACYT. Profesora-Investigadora y Vicerrectora de Investigación y Posgrado de la Escuela Superior de Derecho y Ciencias Políticas. Autora del libro “El derecho de género en el contexto educativo”.